viernes, 22 de noviembre de 2013

CUENTO SOBRE VALORES

A continuación os presento un cuento sobre el valor del esfuerzo y el trabajo en equipo para conseguir un objetivo común. Este cuento se trata de una adaptación y va dirigido para niños de segundo ciclo de educación primaria, de ocho o nueve años.
El Poblado
Había una vez un pequeño poblado, separado del mar y sus grandes acantilados por un bosque que protegía al pueblo de las tormentas y las furias del mar, tan feroces en toda la comarca, que sólo allí era posible vivir. Pero este bosque estaba siempre en peligro, pues un pequeño grupo de seres malvados acudía cada noche a talar algunos de los árboles. Los habitantes del poblado no podían impedir aquella tala, así que plantaron nuevos árboles que pudieran sustituir a los que habían sido cortados.

Durante generaciones aquella fue la vida de los plantadores de árboles. Los padres enseñaban a los hijos y éstos, desde muy pequeños, dedicaban cada rato de tiempo libre a plantar nuevos árboles. Cada familia era responsable de repoblar una zona señalada desde tiempo inmemorial, y el fallo de una sola familia hubiera llevado a la comunidad al desastre. A pesar de esto, solo un pequeño porcentaje de los árboles llegaba a crecer totalmente, pero eran tantos los que plantaban que podían mantener el tamaño de su bosque protector, a pesar de las tormentas y las crueles talas de los malvados.
Pero entonces, ocurrió una desgracia. Una de aquellas familias se extinguió por falta de descendientes, y su zona del bosque comenzó a perder más árboles. No había nada que hacer, la tragedia era inevitable, y en el pueblo se prepararon para emigrar después de tantos siglos.
Sin embargo, uno de los jóvenes se negó a abandonar la aldea. “No me marcharé”, dijo, “si hace falta fundaré una nueva familia que se haga cargo de esa zona, y yo mismo me dedicaré a ella desde el primer día”.
Todos sabían que nadie era capaz de mantener por sí mismo una de aquellas zonas replantadas y, como el bosque tardaría algún tiempo en despoblarse, aceptaron la propuesta del joven. Pero al hacerlo, aceptaron la revolución más grande jamás vivida en el pueblo.
Aquel joven, querido por todos, no tardó en encontrar manos que lo ayudaran a replantar. Pero todas aquellas manos salían de otras zonas, y pronto la suya no fue la única zona en la que había necesidad de más árboles. Aquellas nuevas zonas recibieron ayuda de otras familias y con el tiempo todos  se dedicaban a plantar en cualquier lugar. Pero hacía falta en tantos sitios, que comenzaron a plantar incluso durante la noche, a pesar del miedo que sentían hacia los malvados podadores.
Aquellas plantaciones nocturnas terminaron haciendo coincidir a cuidadores con exterminadores, pero sólo para descubrir que aquellos “terribles” seres no eran más que los asustados miembros de una tribu que se escondían en las cuevas de los acantilados durante el día, y acudían a la superficie durante la noche para obtener leña y comida para sobrevivir. Y en cuanto alguno de estos “seres” conocía las bondades de vivir en un poblado en la superficie, y de tener agua y comida, y de saber plantar árboles, suplicaba ser aceptado en la aldea.
Cada día el poblado ganaba manos para plantar y perdía brazos para talar. Pronto, el pueblo se llenó de agradecidos “nocturnos” que se mezclaban sin miedo entre las antiguas familias, hasta el punto de hacerse indistinguibles. Y tanta era su influencia, que el bosque comenzó a crecer. Día tras día, año tras año, el bosque se hacía más y más grande, aumentando la superficie que protegía, hasta que finalmente las generaciones del pueblo pudieron vivir allá donde quisieron, en cualquier lugar de la comarca. Y jamás hubieran sabido que tiempo atrás, su origen estaba en un pequeño pueblo protegido por unos pocos árboles a punto de desaparecer.
FIN


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